El lápiz se desplazaba rápidamente por la superficie de papel dejando las marcas de su paso. Los trazos eran rápidos y seguros. Alex contemplaba al artista callejero mientras le confeccionaba su retrato. Estaban de viaje. Había convencido a un grupo de amigos para emprender una expedición turística a la ciudad de moda. En una de sus calles principales hallaron un dibujante rápido. Por un módico precio se comprometía a realizar un espléndido retrato en menos de cinco minutos. Cada retrato iba asociado a un animal.
A Sonia la pintó como una tigresa; a Luis, como un gavilán; a Lourdes, como una mariposa. Todos fueron desfilando, uno tras otro, con su imagen fusionada con la de un emblemático animal.
Ahora le llegaba el turno a Alex. Se preguntaba cuál sería el animal escogido. ¿Sería una majestuosa ave o un flamante mamífero? ¿Tendría algún significado? Con paciencia iba a observando los movimientos de la mano del artista. Poco a poco se reconocían sus rasgos físicos. Efectivamente, ése era su rostro: su frente, sus ojos, sus labios. El artista se había permitido la licencia de dibujarlo con más pelo, incluso con las orejas un poco más reducidas y la nariz menos pronunciada. ¡Era todo un detalle por su parte!
Sólo faltaba el cuerpo del animal que acompañara su singular rostro. De momento el cuello no resultaba del agrado de Alex, era demasiado largo. Tampoco estaba satisfecho con el tronco: ¡Era el de un pájaro! Pero, ¿qué era eso? Se trataba de la cola. Era un gigantesco abanico. ¡El retratista le había asignado el cuerpo de un pavo real! ¡Era horrible! ¿Qué podía hacer? Se veía obligado a disimular. Con dificultad podía ocultar su sensación de desagrado. Intentaba sonreír, pero estaba tan molesto que hubiera agredido al desafortunado dibujante.
Todos sus compañeros se reían de los diversos retratos. Echaban humor al asunto. Era un simple juego en una ciudad extranjera. Pero, cuando vieron el retrato de Alex, uno tras otro fueron callando. Nadie sabía qué decir.
Sonia rompió el silencio y lanzó un jocoso comentario: "Has salido muy favorecido, Alex". Y todos rompieron a reír. Alex también se puso a reír, pero no le había hecho ninguna gracia. Todos sabían que Alex era un pavo real. La moto, el último modelo de teléfono móvil, la montura de las gafas, las camisetas de diseño, no eran más que sutiles estrategias para reivindicar su originalidad. No tenía sentido del ridículo. Era capaz de cualquier maniobra para llamar la atención.
Alex alardeaba constantemente de sus supuestos méritos. Su máximo anhelo era seducir y fascinar. Pasara lo que pasara, él tenía que controlar la situación. No podía estar en ninguna fiesta sin ser el protagonista del evento. Tenía que captar la mirada de todo el mundo con sus chistes, comentarios graciosos o frases con doble sentido. Cuando alguien relataba algún incidente, él interrumpía la explicación para poner de manifiesto que a él también le había pasado. Para Alex la vida era un gran escenario donde podía representar el papel principal de una gran tragicomedia. Los demás eran meros espectadores de sus ocurrencias.Por doquier hacía gala de su originalidad, osadía e ingenio, pero no era más que un exhibicionistas incapaz de soportar que cualquier otra persona acaparara el protagonismo que se atribuía a si mismo. Sufría cuando no le miraban. Se ofendía si alguien no se daba cuenta de su presencia, no valoraba sus talentos o no reconocía su valía. Prefería que se enfadaran o que le insultaran a que le ignoraran.
Aunque su deseo fuera que los demás estuvieran supeditados a su presencia, en la práctica, Alex, como el pavo real, era un esclavo de su imagen. Por eso se sentía tremendamente vacío: no tenía nada. Sólo tenía apariencia, imagen, fachada,... Había terminado siendo, no lo que realmente era, sino lo que se esperaba que fuera. Creía que controlaba la situación pero, en realidad, estaba secuestrado por la opinión de los demás. ¿Qué ocurriría si algún día dejaba de ser el centro de atención? Tal vez, más allá del infranqueable muro de su disfraz, se sentiría un poco más libre. Era un reto interesante que requería una elevada dosis de originalidad.
A Sonia la pintó como una tigresa; a Luis, como un gavilán; a Lourdes, como una mariposa. Todos fueron desfilando, uno tras otro, con su imagen fusionada con la de un emblemático animal.
Ahora le llegaba el turno a Alex. Se preguntaba cuál sería el animal escogido. ¿Sería una majestuosa ave o un flamante mamífero? ¿Tendría algún significado? Con paciencia iba a observando los movimientos de la mano del artista. Poco a poco se reconocían sus rasgos físicos. Efectivamente, ése era su rostro: su frente, sus ojos, sus labios. El artista se había permitido la licencia de dibujarlo con más pelo, incluso con las orejas un poco más reducidas y la nariz menos pronunciada. ¡Era todo un detalle por su parte!
Sólo faltaba el cuerpo del animal que acompañara su singular rostro. De momento el cuello no resultaba del agrado de Alex, era demasiado largo. Tampoco estaba satisfecho con el tronco: ¡Era el de un pájaro! Pero, ¿qué era eso? Se trataba de la cola. Era un gigantesco abanico. ¡El retratista le había asignado el cuerpo de un pavo real! ¡Era horrible! ¿Qué podía hacer? Se veía obligado a disimular. Con dificultad podía ocultar su sensación de desagrado. Intentaba sonreír, pero estaba tan molesto que hubiera agredido al desafortunado dibujante.
Todos sus compañeros se reían de los diversos retratos. Echaban humor al asunto. Era un simple juego en una ciudad extranjera. Pero, cuando vieron el retrato de Alex, uno tras otro fueron callando. Nadie sabía qué decir.
Sonia rompió el silencio y lanzó un jocoso comentario: "Has salido muy favorecido, Alex". Y todos rompieron a reír. Alex también se puso a reír, pero no le había hecho ninguna gracia. Todos sabían que Alex era un pavo real. La moto, el último modelo de teléfono móvil, la montura de las gafas, las camisetas de diseño, no eran más que sutiles estrategias para reivindicar su originalidad. No tenía sentido del ridículo. Era capaz de cualquier maniobra para llamar la atención.
Alex alardeaba constantemente de sus supuestos méritos. Su máximo anhelo era seducir y fascinar. Pasara lo que pasara, él tenía que controlar la situación. No podía estar en ninguna fiesta sin ser el protagonista del evento. Tenía que captar la mirada de todo el mundo con sus chistes, comentarios graciosos o frases con doble sentido. Cuando alguien relataba algún incidente, él interrumpía la explicación para poner de manifiesto que a él también le había pasado. Para Alex la vida era un gran escenario donde podía representar el papel principal de una gran tragicomedia. Los demás eran meros espectadores de sus ocurrencias.Por doquier hacía gala de su originalidad, osadía e ingenio, pero no era más que un exhibicionistas incapaz de soportar que cualquier otra persona acaparara el protagonismo que se atribuía a si mismo. Sufría cuando no le miraban. Se ofendía si alguien no se daba cuenta de su presencia, no valoraba sus talentos o no reconocía su valía. Prefería que se enfadaran o que le insultaran a que le ignoraran.
Aunque su deseo fuera que los demás estuvieran supeditados a su presencia, en la práctica, Alex, como el pavo real, era un esclavo de su imagen. Por eso se sentía tremendamente vacío: no tenía nada. Sólo tenía apariencia, imagen, fachada,... Había terminado siendo, no lo que realmente era, sino lo que se esperaba que fuera. Creía que controlaba la situación pero, en realidad, estaba secuestrado por la opinión de los demás. ¿Qué ocurriría si algún día dejaba de ser el centro de atención? Tal vez, más allá del infranqueable muro de su disfraz, se sentiría un poco más libre. Era un reto interesante que requería una elevada dosis de originalidad.