martes, 29 de diciembre de 2009

Hablemos


Hablemos del Tiempo, hermano,
antes de que sea ido
lo que pudo ser humano
Antes de que sea en vano
llorar un día perdido,
un surco sin nuestro grano,
un canto sin nuestro oído,
un remo sin nuestra mano.
hablemos de la tarea
de neustra capacidad
que es hacer que el Tiempo sea,
todo él, eternidad.

P. Casaldáliga
Fuente: Ciudad Redonda.org

sábado, 19 de diciembre de 2009

Mientras haya soñadores


Soñadores. Mundo mejor, Otro mundo es posible. ¿Qué te sugiere todo esto? ¿Cuál es tu sueño? ¿Cómo sería ese mundo mejor? ¿Para quién? ¿Cómo conseguirlo?

viernes, 4 de diciembre de 2009

Fumando espero




El precepto de dar culto a Dios

Al asistir al Santo Sacrificio de la Misa cumplimos el precepto natural (que tiene todo hombre, cristiano o no) de dar culto a Dios. Para un cristiano, este precepto natural está explícitamente señalado por Dios en el tercer mandamiento del Decálogo: “Santificarás las fiestas” (Cfr. Deuteronomio V, 12).

La obligatoriedad y gravedad del mandamiento tiene su origen en el mismo Dios que, cuando creó el mundo en seis días, descansó el séptimo día y lo santificó (cfr. Génesis II, 2-3). No ha sido, pues la Iglesia quien nos ha impuesto la obligación de dar culto a Dios. Lo único que hace es concretar para todos los católicos de qué modo y cuándo hemos de darle culto. Para ello promulga unas leyes apoyándose en serias y rigurosas razones que, en el caso de la asistencia a la Misa dominical, son las que brevemente veremos a continuación.


¿Por qué la Misa?

Muchos son los que estarían dispuestos a cambiar la asistencia al Sacrificio del altar por otra obra piadosa que ellos “sintiesen” más. ¿Por qué –se preguntan- hemos de dar culto a Dios a través de la asistencia a la Misa? La respuesta es doble:

a) La Santa Misa es la renovación incruenta (sin derramamiento de sangre) del Sacrificio de Jesucristo en el Calvario. Por tanto, supera con creces cualquier obra buena que nosotros podamos hacer aun en el caso de que esa obra la hagamos poniendo un gran sentimiento, o represente mucho para nosotros. Una sola Misa vale mucho más –da más gloria a Dios- que todas las oraciones juntas de todos los santos de la historia incluida la Virgen. La razón es que la Sagrada Eucaristía es una acción de Jesucristo y, como Jesucristo es Dios, es una acción divina.

b) Además, cuando Jesucristo instituyó la Eucaristía en la Ultima Cena con sus apóstoles, les dice, mandándoles: “Haced esto en memoria mía” (Lucas XXII, 19)


¿Por qué el domingo?

Las razones de por qué es el domingo el día que tenemos obligación de asistir a la misa pueden resumirse en estas dos:

a) El séptimo día de la semana Dios descansó y lo santificó (cfr. Génesis, II, 2-3). Descanso en el trabajo y culto a Dios son dos actividades que siempre se han dado juntas. Quedarse con el descanso-diversión del domingo olvidando por completo el descanso-culto a Dios es quitar algo que Dios ha puesto en la vida de los hombres desde la Creación.

b) Jesucristo resucitó “el primer día de la semana”, es decir, el domingo. El origen del domingo cristiano (dies Domini= día del Señor) está en la Resurrección del Señor, hecho histórico del que se parte y alrededor del cual gira toda la vida cristiana desde los primeros momentos.

La Santa Misa es el centro de la vida cristiana

El Concilio Vaticano II nos enseña que la Santa Misa debe ser el centro y la raíz de la vida cristiana. Efectivamente, cuando tenemos una necesidad urgente pedimos al sacerdote que rece en la Misa; cuando queremos dar gracias a Dios por algo que nos ha salido bien, asistimos a ella porque nos consideramos en deuda con El; cuando fallece un familiar, nuestra piedad nos impulsa a “encargar” una Misa al sacerdote.

La Santa Misa es mucho más que una obligación. Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿por qué, entonces, la asistencia a Misa obliga bajo pena de pecado grave? En un principio no hacía falta esta obligación, ya que todos los cristianos acudían conscientes de importancia. Pero sucede que los hombres nos acostumbramos a las cosas buenas y con frecuencia caemos en la rutina, en la dejadez y el olvido. Por eso la Iglesia, para ayudarnos a superar esas naturales inclinaciones nos puso este mandamiento: Oír misa entera los domingos y fiestas de precepto.

“El primer mandamiento (oír misa entera los domingos y fiestas de precepto) exige a los fieles participar en la celebración eucarística, en la que se reúne la comunidad cristiana, el día en que conmemora la Resurrección del Señor, y en aquellas principales fiestas litúrgicas que conmemoran los misterios del Señor, la Virgen María y los santos” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2042). Esta asistencia tiene lugar el domingo y el día festivo, o la víspera por la tarde, normalmente en la parroquia.


La asistencia a Misa constituye obligación grave

El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “la Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor propio. Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave” (nº 2181).

El Papa Juan Pablo II nos decía en una ocasión: “La Misa festiva es la base de todo, y debo pediros que no la omitáis, que seáis asiduos a ella, que, cada domingo y cada fiesta, os sintáis invitados por el Señor para encontrarlo juntos, en torno a la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo” (Homilía, 10-III-1985).

Puntos de reflexión

Los siguientes puntos pueden servir como estímulo para no faltar nunca a la Misa dominical y festiva. Un consejo: cuando veas que te cuesta asistir a la Eucaristía, lee despacio estos puntos, procurando meditar su significado.

¨ En la Santa Misa Jesucristo se ofrece por mí. Estar presente en ese momento es una manifestación de agradecimiento a Dios. Los cristianos no vamos a Misa porque tengamos ganas, porque nos divierta o nos guste, sino para devolver algo de agradecimiento a Jesús por el inmenso amor que nos mostró muriendo para salvarnos.

¨ Cuando asisto a la Misa -y procuro participar en ella- no he de olvidar lo que gano –o lo que me pierdo cuando falto-, entre otras cosas: la gracia (la fuerza espiritual) que Dios me concede; la oportunidad de recibir el Cuerpo de Cristo (siempre y cuando no esté en pecado mortal); la formación que recibo, al oír la Palabra de Dios y su explicación en la homilía.

¨ Tengo claro el mandamiento de “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Pero, cuando no cumplo el precepto dominical, ¿no será que amo, que tengo más cariño a otras cosas (deporte, diversión, una moto, un perro,... o lo que pueda ponerse en lugar de Dios) que a Dios mismo?

¨ “En la Misa no se está; se participa. La misa no es de otros; es mía. La misa no es algo más; es el centro. En la misa no todo es visible; hay muchas cosas que no se ven. La misa no es un capricho; es una necesidad. La misa no es un aburrimiento; es apasionante. La misa exige interioridad” (J. P. Manglano, La Misa. Antes y después).

¨ Si no encuentro muchos motivos para asistir a Misa, posiblemente será porque todavía no conozco bien qué sucede cada vez que un sacerdote celebra la Eucaristía. Procuraré enterarme bien de qué es la Misa.

¨ “Es tanto el Amor de Dios por sus criaturas, y habría de ser tanta nuestra correspondencia que, al decir la Santa Misa, deberían pararse los relojes” (San Josemaría Escrivá, Forja, n. 436).



Fernando Arévalo