En las culturas de las tribus salvajes existen ciertos ritos y costumbres a las que se tienen que someter los niños para que se les considere como hombres. Los Marquiriate de la selva Amazona, por ejemplo, toman unas hormigas conocidas como “24″ por el intenso dolor de su piquete que dura 24 horas. Tejen los insectos entre la fibra de un metate y los enredan sobre el cuerpo desnudo del jovencito. El “debutante” no puede proferir la más mínima queja, llanto o expresión de dolor, ya que si lo hace, demuestra que aún no tiene las “agallas” para ser hombre.
Los inarus de Papua, Nueva Guinea, sujetan a sus niños de pies y manos y los golpean salvajemente con varas de tres metros. Luego los rapan y los confinan a merced de sus alucinaciones por la fiebre y el enclaustramiento en “la casa de los espíritus” durante tres días. Si soportan el tratamiento, ya son hombres.
Los guerai demandan que sus jóvenes se internen en la selva y regresen con la cabeza de un enemigo. Si lo logran, son hombres. De otro modo, ¡son hombres muertos! ¡Salvajes dirías! Cierto que para adquirir el estatus de un “hombre hecho y derecho”, nuestra cultura también impone ciertas barbaridades. Hablar profanamente, caminar de cierta forma, fumar cierto tipo de cigarrillo, tener algo de bigote (¡aunque sea de leche!), y lo peor de todo, ¡experiencia en la cama!
Como cristianos aprendemos que estas cosas están lejos de caracterizar a una persona como un verdadero hombre, pero entonces, ¿en qué consiste la hombría?
1.- Un hombre es alguien que tiene valor. En una ocasión me tocó presenciar la explosión de una estufa. El hombre que estaba cocinando quedó completamente envuelto en llamas. Sin pensarlo dos veces me lance sobre él y lo abracé de pies a cabeza hasta que se extinguieron las llamas que consumían su cuerpo. La gente consideró aquello como un acto heróico de mi parte, pero en mi opinión no fue así. No era un asunto de valor, sino de una simple reacción automática. Ese es el falso heroísmo que vemos en Hollywood, no en la vida cotidiana.
Los tres amigos de Daniel sí que era verdaderos valientes. Mientras todo el mundo se tiraba al suelo al escuchar el mariachi del rey Nabucodonosor y adoraba la estatua, Sadrac, Mesac y Abednego permanecieron firmes. El verdadero valor de un hombre surge de la seguridad de saber quién es. Un hombre, sea de dieciséis o sesenta años, es aquel que se sostiene firme en sus convicciones y se conduce rectamente a pesar de cualquier oposición. Alguien que está dispuesto a ser objeto de burla con tal de mantenerse fiel a sus valores morales.
2.- Un hombre es alguien que sabe controlarse a sí mismo. Es alguien que no se deja manipular por su madre, sus amigos, la botella, el dinero, ni las pasiones sexuales. Alguien que no es presa fácil de la euforia del momento, el temor y los corajes. José era un joven aborrecido por sus hermanos, pero deseado por la “señora Potififi”, esposa de Potifar, sin embargo supo controlarse cuando ella lo buscaba despertando sus pasiones juveniles. Cuando sus hermanos cayeron bajo su poder, José no se dejó llevar por los deseos de venganza, sino que se mantuvo en control de la situación. Un hombres que es dueño de sí, piensa antes de hablar, considera antes de hacer, busca a Dios antes de responder; está consciente de la obligación de cumplir con su palabra y entiende la responsabilidad de sus acciones porque sabe que tendrá que remitirse a las consecuencias de sus errores. No huye, no se esconde, no hace excusas, no culpa a los demás.
3.- Un hombre no es egoísta. Vivimos en un mundo completamente egocéntrico. El que grita más recio, el que pega más duro, el que llega primero, el que aguanta hasta el final, es el que gana. Se nos ha enseñado a preocuparnos sólo por “mí”, “yo” y “un servidor”. Un hombre de verdad es sensible, piensa en los demás, se interesa por ellos y se preocupa por servirles. Es lo bastante hombre para saber que las cosas no siempre van a salir como él quiere. Es bastante hombre para negarse a sí mismo y reconocer la importancia de los demás. Timoteo era este tipo de hombre.
Pablo escribió, “Pues a ninguno tengo del mismo ánimo y que tan sinceramente se interesa por vosotros, porque todos buscan lo suyo propio…” (Fil. 2:20).
4.- El verdadero hombre tiene un propósito en su vida. El mundo gira demasiado rápido. Los días se vuelven meses y se nos van los años sin considerar el porqué de la existencia. Aun los que conocemos a Cristo tenemos la tendencia de entrar a la carrera y correr sin descansar hasta terminar en el ataúd.
Un verdadero hombre comprende el significado de la vida. Sabe que tiene una sola oportunidad para hacer que su estancia en el planeta sirva de algo. Un verdadero hombre se asegura de dejar un legado e invertir su vida en los demás.
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