viernes, 14 de agosto de 2009

Asunción de Nuestra Señora



La Virgen Santa María, es para nosotros en el misterio de su Asunción en cuerpo y alma a los cielos, motivo de alegría, esperanza y consuelo.


María Asunta, nos señala el camino


El momento de la Asunción a los cielos fue para Nuestra Señora la plenitud de su pequeñez. María es la primera mujer resucitada y que desde el cielo intercede por nosotros, peregrinos en este valle de lágrimas.


La Virgen asunta en cuerpo y alma a los cielos nos enseña el camino y el gozo del cielo. Nuestra vocación cristiana, como Santa María, la Virgen, consiste también en ayudar a todos aquellos que caminan en este mundo sin encontrar el sentido de la vida.


La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora es la fiesta de las fiestas. El misterio de la Inmaculada Concepción es grande, porque con él se inicia el camino histórico de Nuestra Señora, la predestinada, la amada, la llena de gracia.


Es grande, también, el misterio de la Encarnación del Verbo y del “Sí” de Nuestra Señora en la Anunciación; también es grande el misterio de la maternidad divina, pero todo esto está encaminado a la pascua, como el misterio del Hijo está orientado al misterio pascual. María, vestida del sol con la luna bajo sus pies, coronada de doce estrellas (cf Ap.12,1), es el signo de la Iglesia ya definitivamente consumada en el cielo, pero al mismo tiempo manifiesta la plenitud de la obra maravillosa que Dios ha realizado en su pequeñez.


María ha sido la Madre - Amiga en los caminos de la vida del espíritu. Cuando al teólogo alemán Karl Rahner le preguntaban por qué había decaído en algunos ambientes cristianos la devoción a la Virgen, respondió: “Muchos cristianos viven hoy de ideas, y las ideas no tienen Madre”. Por eso, los que en la vida evangélica desconocen a María, en el fondo son unos huérfanos espirituales. Les falta algo.


Muchas veces he repetido en mi vida la frase de San Jerónimo: “Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”. Es verdad, pero también en el fondo desconocer a María es desconocer en plenitud a Cristo. Ella nos lleva al mismo centro de la vida cristiana, que es Cristo.


Los jóvenes enseguida descubren que María los lleva a vivir un cristianismo con radicalidad. Descubrir a María es descubrir el camino más corto y más recto para llegar a Jesús. Es más, vivir una relación con María, es vivir una relación con Cristo, pues como decía San Maximiliano Kolbe: “María no tiene más voluntad que vivir cumpliendo la voluntad de Dios”. A esto nos lleva la verdadera devoción a María: a vivir de Cristo.


María asunta es nuestra esperanza, queridos jóvenes y adultos. Caminar en la esperanza es sentirse poseídos fuertemente por el Cristo de la Pascua. ¡Él nos grita! ¡No tengáis miedo!. Y yo os digo: No tengáis miedo a las exigencias del Señor; no tengáis miedos si experimentáis la propia debilidad. El miedo es una experiencia que tenemos todos.


El miedo y el cansancio se oponen siempre a la esperanza. Vivamos en cambio en la firmeza inquebrantable de la esperanza y animémosnos mutuamente en este camino de espera y esperanza, tal y como nos lo recuerda el Concilio Vaticano II cuando dice: “Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará en su plenitud en el siglo futuro.


Mons. Antonio Ceballos Atienza,


Obispo de Cádiz y Ceuta

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